You are not a Gadget.

 You are not a Gadget.

 

 

De acuerdo con Foucault, no es la historia de lo verdadero, ni la historia de lo falso, sino la historia de la veridicción la que tiene importancia políticamente hablando. El último Foucault, que se aboca plenamente a una ética del cuidado de sí, emplea la noción de veridicción como un circuito de tres puntos – lo que hay (poder), lo que no hay (saber), lo que se cree (verdad) -, un triángulo donde los tres componentes se hacen visibles al mismo tiempo en una suerte de electrificación.

Sin embargo, la veridicción tiene más de un sentido. En un plano colectivo, desde una perspectiva arqueológica, designa las condiciones concretas de posibilidad de producción de una verdad (de época), al insertarla en un contexto socio-histórico. Desde una perspectiva genealógica, es la empresa que busca liberar los saberes sometidos, oponerlos a la hegemonía de un discurso teórico unitario y totalizante, para encontrar discontinuidades, rupturas e irregularidades. En un plano individual, la veridicción remite a los efectos del decir-verdadero sobre aquél que habla y sobre los otros, y a las prácticas de sí que resulten de ello.

Actualmente, debido al acelerado crecimiento y a la masividad de su uso, los avances exponenciales en inteligencia artificial, ponen de manifiesto el problema de la verdad, de su identificación y de la posibilidad de que exista algún tipo de control respecto de su consideración (real o irreal) en el sujeto. El propio Geoffrey Hinton, uno de los pioneros de la inteligencia artificial, previno, luego de renunciar a Google, sobre la capacidad de la IA para crear imágenes, videos y textos, y el peligro que representa para el discernimiento de lo que es verdad y lo que no. En síntesis, un asunto fundamental para todos: ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podemos saber?

Tanto en “¿Quién controla el futuro?” (2014), como en “El futuro es ahora” (No, no es un libro de Krishnamurti), Jaron Lanier, uno de los creadores del protocolo de Internet, considerado el padre de la “realidad virtual”, desarrolla una crítica fulminante de los usos de la tecnología digital, partiendo de que los algoritmos de los gigantes de datos (el nuevo petróleo) han creado un modelo en el que el comportamiento de los usuarios es el producto. Un comportamiento que está constantemente siendo modificado en función de los intereses de estas corporaciones.

En “You are not a Gadget” (2010) sostiene: “Puedo ver que el tiempo se está acabando. El mundo está cambiando rápidamente bajo nuestro mando, por lo que no hacer nada no es una opción […] El algoritmo capta los parámetros perfectos para manipular el cerebro, mientras que el cerebro, para hallar un significado más profundo, cambia en respuesta a los experimentos del algoritmo… Ya que el estímulo no significa nada para el algoritmo, pues es genuinamente aleatorio, el cerebro no está respondiendo a algo real, sino a una ficción. El proceso -de engancharse en un elusivo espejismo- es una incalculable adicción.” De acuerdo con Lanier, este mecanismo de control y disciplinamiento social, estas “órdenes”, son introyectadas en los usuarios a través de lo que denomina “servidores sirena” (claramente una alusión al pasaje de la Odisea en la que los tripulantes son seducidos/capturados por la ilusión o magnetismo del canto de las sirenas, para ser conducidos a un destino fatal).

Digamos que solo estamos paseando, “libremente”, en un embudo, conducidos sí, por nuestro adorable libre albedrío, a todo trapo y a un precipicio.

Para Lanier, el problema está en el modo de operar de estos algoritmos, ajustados constantemente para capturar la atención de los usuarios y hacer que se comporten de una manera que sea más rentable. Generando una enorme negatividad, sensaciones de enojo, narcisismo, indignación, etc., pues las plataformas aprendieron que las emociones negativas duran más o van más lejos (para el caso es lo mismo): “el odio se canaliza mejor en línea”. Las herramientas de estas plataformas funcionan mejor para los usuarios que buscan reproducir sentimientos negativos. De ahí que Isis haya tenido más éxito en las redes sociales que los activistas de la Primavera Árabe, o los racistas hayan tenido más impacto que Black Lives Matter, para más ejemplos basta con salir a la calle, hablar con los vecinos, o en su defecto y si no tenemos más alternativa, prender la televisión.

A pesar de todo, Lanier es optimi¡”a, cree que Internet puede ser salvado si se realiza una nueva economía de datos, desconcentrando todo el poder acumulado por las grandes corporaciones y obligándolas a pagar un precio a cada uno de los “usuarios” (que son personas) por la apropiación y el uso de sus datos (que son valiosos). Mientras tanto (en tanto esto no ocurra), sostiene que es necesario abandonar las redes sociales y desbandar a los grandes monopolios que controlan las nubes de datos, al tiempo que controlan nuestro paseo diario.

Estos son los 10 argumentos de Lanier para dejar las redes sociales (que corresponden con los 10 capítulos de su libro homónimo):

1. Estás perdiendo tu libre albedrío.

2. Renunciar a las redes sociales es la manera más precisa de resistir a la locura de nuestros tiempos.

3. Las redes sociales te están volviendo un idiota.

4. Las redes sociales están minando la verdad.

5. Las redes sociales están haciendo que lo que dices no importe.

6. Las redes sociales están destruyendo tu capacidad de empatía.

7. Las redes sociales te están haciendo infeliz.

8. Las redes sociales no quieren que tengas dignidad económica.

9. Las redes sociales están haciendo que la política sea imposible.

10. Las redes sociales odian tu alma.

 

En “La inteligencia artificial: el desafío del siglo XXI” (2020), Eric Sadin no es tan optimista. Para resumirlo en pocas palabras, su tesis principal es que los seres humanos hemos depositado en la Inteligencia Artificial todo el poder de configuración de la Verdad, al punto de que ésta actúa como un nuevo superyó y nos volvemos día a día más dependientes y necesitados y adictos a esta especie de “memoria externa”, para tomar una a una, desde las decisiones más insignificantes hasta las más profundas, pero por sobre todo perdemos, en este proceso absolutamente absorbente, poco a poco, nuestra capacidad de forjar un criterio propio y de confrontarlo con el criterio de los demás. Lo que vemos es la colonización de numerosos campos de la vida por parte de la inteligencia artificial, que se consuma en una unidad destinada a cubrir secuencias cada vez más variadas del ámbito cotidiano: los llamados “asistentes virtuales” (sistemas actualmente implantados en los smartphones), que apuntan a responder todas las preguntas y deseos de los usuarios y a sugerirles ofertas o productos adaptados para cada momento de su existencia.

Tanto en “La humanidad aumentada: la administración digital del mundo” (2017) como en “La era del individuo tirano” (2020), Sadin sostiene la tesis de que se ha instaurado otro género de alteridad, anteriormente inexistente, que no hace sino responder a nuestros supuestos deseos y necesidades, y que está dedicada a respaldarnos, guiarnos, divertirnos o consolarnos, en perfecta soledad. Una alteridad de un nuevo tipo, sin rostro y sin cuerpo, que se sustrae a toda confrontación o a todo conflicto y que solamente está consagrada a ofrecernos “lo mejor” en cada instante.

Con ella avanzamos en la era de las relaciones parasociales, interacciones difusas entre sistemas y personas a través de sensores instalados en las superficies domésticas y profesionales que analizan los gestos, las palabras y las emociones vinculantes. Relaciones establecidas sobre interfaces ser humano-máquina que son objeto de súbitas mejoras gracias al deep learning, que permite especialmente fluidos intercambios de lenguaje natural entre procesadores y humanos. Esta dimensión instituye “relaciones espontáneas” que harán que nuestras acciones, de las más banales a las más decisivas, estén orientadas por el poder de sugestión de estos “asistentes personales” y más tarde por el de la “inteligencia ambiente”.

Así, el lugar presente y futuro ocupado por la inteligencia artificial se yergue como un superyó destinado a colmar nuestras fallas y a conducirnos ad vitam aeternam por el camino de la verdad. Llegando Sadin a la conclusión de que, de esta manera, se consuma el fin de la historia (¿otra vez?), dejando emerger un mundo nuevo (¿será?), desprovisto de toda fricción y aspereza y que vive en plena euritmia y concordancia (mmm).

Vivir inmerso en relaciones parasociales implica para quienes estemos interesados en participar políticamente (la política es cotidiana, no es algo que ocurre cada cuatro años), para que el futuro no se parezca a una ideación deshumanizante o suicida, que debemos lidiar con el hecho de que la mayoría de las personas son pasibles reclutas/reclusos de movimientos astroturfeados (astroturfing = técnica publicitaria de marketing usada en redes sociales que sirve para crear una corriente de información falsa haciéndola pasar por espontánea y natural). Podríamos decir que, así como hay plaga de predicadores, también hay masas de “usuarios” buscando un rebaño al que pertenecer.

Lo que hace tan tentadora la propuesta de la inteligencia artificial como superyó es que diluye la responsabilidad final de los receptores para juzgar el valor de verdad de cada hecho o noticia que reciben. De forma que, al sumergirnos en medio de una avalancha de información incesante, que no podemos controlar ni evitar completamente, estar sobreinformado, muchas veces, forma parte de la tentación reinante y propulsa un cierto tipo de ignorancia que podríamos llamar “sistémica”, que sabe nadar, muy bien o muy rápido, con la corriente, pero está desprovista de herramientas para comprender a dónde va o, como en la famosa fábula de Foster Wallace, qué es el agua.

La capacidad de virtualización del sistema es cada vez mayor y más rápida al tiempo que la capacidad de procesamiento de las personas es cada vez peor y más infrecuente, a causa de un empobrecimiento del lenguaje y de un profundo deterioro de la simbolización, que redundan en un deterioro cognitivo, dado que atenta directamente en el centro de la posibilidad de una lectura y un pensamiento profundos, que nos permitan representaciones y reconocimientos, más allá de nuestra mi-mismidad insuficiente.

Hagamos filosofía propositiva (como le gusta decir a Russell), ya que los símbolos decaen, hablemos de la Sátira como disparador, quedémonos cerca de lo que nos hace humanos, leamos y reflexionemos, profunda y creativamente, como no podría hacerlo ningún otro aparato consciente (más allá del mero y aburrido cálculo), abracemos nuestra inexcusable responsabilidad moral, de electores, y no disculpemos la responsabilidad de nadie más. Creamos, por un momento, con Sartre o Spinetta, en que todo siempre se podrá elegir. (¿No es irónico convocar a la fe por medio de la razón?)

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