Respecto de la potencia del resentimiento.
Respecto de la potencia del resentimiento.
Una lectura spinoziana de una figura
denostada...
En "Realismo capitalista", Mark
Fisher analiza, entre otras cosas, el efecto degenerativo que implica, para la humanidad,
la individualización masiva del ser humano, producto de una identificación
continua que tiene al mercado como único espejo del reconocimiento. De manera
que, en este estado de cosas y ante la progresiva evaporación de vínculos de
comunidad que sirvan de sostén y valimiento para los seres, una lectura de la
realidad proveniente del materialismo histórico, que ponga el énfasis en los
conflictos de clase y en su consiguiente praxis política para la transformación
de este mundo o estado de cosas, resulta difícil de asimilar. De acuerdo con
Fisher, una izquierda que no tenga a la clase en su centro, no es más que un
grupo de presión liberal.
La movilidad social, aislada y ocasional,
de los marginales y desprotegidos, forma parte de la dinámica del statu quo
dominante, dando lugar a lecturas netamente individualistas y discursos engañosos
que contribuyen al sometimiento general, como el discurso meritócrata o de la
recompensa debida.
Fisher sostiene que cuando Tricky
(personaje de la escena del trip-hop) llegó a la cima, se convirtió en la
versión de hombre que alardea ("Vivo la vida que ellos desearían vivir...
ahora me llaman superestrella") y comenzó a tomar registro de la repulsión
que sentía frente a lo que veía ahí arriba. De acuerdo con Fisher, esta
repulsión por el regocijo de la clase dominante se desdobla como
autorrepulsión, ambas deslizándose en una manía religiosa, de forma que la
dislocación de clase nunca había sonado tan psicótica.
Como tantos otros antes que él, Tricky no
pudo resolver las contradicciones de su éxito. ¿Y cómo iba a hacerlo?, pregunta
Fisher, ¿Cómo podría cualquier individuo?
Es precisamente debido a su condición
afirmativa que, en la insistencia de la posesión de un positivismo inagotable,
hipergenérico, en la cultura contemporánea podemos encontrar el costado nocivo
del resentimiento. Esto connota una confusión fundamental, nada neutral, entre
distintas afecciones, en particular: esconde el resentimiento de clase
(razonable y lógico) bajo un principio funcional y utilitarista de afecciones
individualizadas, como los celos o la envidia.
Mark Fisher toma de punto al popismo, que reafirma
con suma condescendencia y felicidad hipócrita, por lo menos indirectamente, la
resignación y el abandono de las reivindicaciones de clase. Pero nosotros
podríamos tomarnos el atrevimiento de extender esta peste a cualquiera de las
expresiones (¿artísticas?), digamos de entretenimiento, de "moda", en
la actualidad; tanto en la industria musical como en la industria literaria o
televisiva o en el cine, en todo el espectro (¿novedoso?) de entretenimiento
digital para disfrutar o padecer en la comodidad de tu hogar, en todo eso que
bien podríamos ponderar como la más amplia red de (¿educación?) cultural, digamos absorción en general, que se huele y
se aspira y respira en prácticamente todo el mundo.
Esta "moda", industrialísima, híper
expansiva, de la que podríamos decir: “podemos huir pero no escondernos”, siguiendo
a Fisher, implica la reelaboración de un set de complejos de la clase dominante,
y con su llamamiento a mostrarse siempre entusiastas frente a la cultura de
masas, nos quita, nada más y nada menos que el derecho, de las clases
subordinadas, a sentir resentimiento.
De ahí la importancia, para Fisher, de movimientos
de “contracultura”, como el punk o el postpunk, que dan acceso a aspectos de la
alta cultura en un espacio que deslegitima la exclusividad y el privilegio de
la alta cultura. De acuerdo con Fisher, el espacio utópico que abrieron estos
movimientos, era uno en el cual la ambición no tenía por qué terminar en asimilación,
donde la cultura de masas podía tener toda la sofisticación e inteligencia de
la alta cultura: un espacio que apuntaba a acabar con la presente estructura de
clase, no a invertirla.
Fisher sostiene que ante una degradante y
degradada versión de la cultura popular, ofertada por las élites de Oxford o
Cambridge, el resentimiento parece ser una respuesta apropiada, debido a que es
capaz de condensar el descontento y dar comienzo a una resistencia contra la
positividad obligatoria, incansable, del realismo capitalista.
Veamos un poco la cuestión con Spinoza: La
potencia del resentimiento radica en su estado de contemplación, de ahí que no
tiene porqué ser, necesariamente, una pasión triste, y si lo es, no tiene
porqué convertirse en vehículo de discursos de odio.
Hay una potencia oculta en la negatividad
del resentimiento, en su repliegue, en su voluntad de sentir de nuevo, de
sentir dos veces, de tener memoria.
De acuerdo con Spinoza, el resentimiento
es una afección que tiene una carga negativa (no moral, sino que vuelve a sí),
implica un movimiento de retroceso y de repetición de una vivencia que no es,
en realidad, repetición de una vivencia, sino su relectura y conservación, un
registro de tal intensidad que regresa, una y otra vez, a la experiencia.
En la exacta medida en que la reflexión es
una afección negativa (no moral, sino que vuelve a sí) que convoca en primer
lugar al pensamiento, siendo un movimiento más orientado por el intelecto, que
involucra plenamente a la razón; el resentimiento convoca primero al
sentimiento, a eso que está detrás de la razón y podemos encontrar de
vulnerable o de sensitivo en el ser, aquello que, podríamos decir, no está
armado para la batalla, ni ataca ni se defiende con armas propias.
A diferencia de los celos o la envidia,
que tienen cargas positivas (no moral, sino que van más allá de sí mismas), se
proyectan sobre un objeto ajeno, atacan, se lanzan sobre algo que es
depositario de su energía; el resentimiento regresa, se inclina sobre sí mismo,
se cocina, se tuerce, se densifica en soledad, recuerda.
Dado que, siguiendo a Spinoza, el
resentimiento es una pasión inextinguible de la experiencia humana, me interesa
la potencia del resentimiento de clase, pensar al resentimiento de clase como
un terreno fecundo para la preparación de un movimiento transformador. ¿Por
qué? Porque el resentimiento tiene memoria.
Es difícil precisar la hondura con la que
la experiencia del dolor se incrusta en el sentimiento, lo cierto es que existe
cierto tipo de resentimiento encarnizado, tan arraigado, del que podríamos
decir: es incapaz de olvidar.
Marx decía que es preciso hacer la
ignominia lo más ignominiosa posible, que el trabajador encuentre y sienta su
condición tan denigrante y ofensiva que no encuentre más opciones que
rebelarse, cambiar de actitud, desatarse, desnudar su servidumbre, dejar el
uniforme a un lado, tomar el poder, recrear su vida, mudar de piel. Sin embargo
los dos siglos que precedieron a Marx nos muestran que no basta con eso, no
alcanza con identificar el problema, describir y detallar la enfermedad, es
preciso además combatirla y peor aún, combatirla todos los días, dejarnos la
vida en el combate, vivirlo.
Mark Fisher sostiene que el resentimiento
no reconocido se mantiene como el motor libidinal dominante en la experiencia
de inferioridad, y que nada expresa mejor este fenómeno que el hip-hop: “el
realismo capitalista como lotería social y espectáculo caricaturesco, con los
machos solitarios en sus penthouses, enfrascados en una especie de
resentimiento del resentimiento. ¿Por qué no nos dejan disfrutar de nuestra
riqueza en paz?”
Fredric Jameson plantea que la consciencia
de clase gira antes que nada en torno a la subalternidad, es decir, en torno a
la experiencia de una inferioridad. De acuerdo con él, las 'clases bajas' están
sistemáticamente entrenadas para representarse en su cabeza convicciones
inconscientes acerca de la superioridad de las expresiones y de los valores de
las clases dirigentes o hegemónicas, que al mismo tiempo necesitan trasgredir y
repudiar de formas ritualistas. Sin embargo, esta transgresión ínfima, esta suerte
de repudio ritual privado, no logra ninguna transformación real ni hiere ni
confronta al orden social, son políticamente ineficaces y tienen además el
efecto contrario, terminan por afirmar inconscientemente la plena propiedad de
una posición inferior y subordinada. No sólo deja intacta la estructura de
clase, el voluntarismo ritual contribuye a la protección de la estructura. En
otras palabras, ocurre como dice Fisher: "La voluntad de volverse más (No
soy nada y debería serlo todo) se convierte en una defensa de lo que uno ya
es."
En una de las conferencias que realizó
Zizek en el Birkbeck Institute for the Humanities de la Universidad de Londres,
intentó reivindicar que hay un cierto tipo de resentimiento que no tiene por
qué ser una maniobra antinietzscheana. De acuerdo con Zizek, Nietzsche no
denunciaba el resentimiento per se, sino más bien el resentimiento negado. De
manera que la culpa del esclavo es su mala sublimación de ese resentimiento
(párrafo aparte: ligado estrechamente a los estragos de la doble moral
cristiana). Así, en lugar de admitir que desea el poder y la fuerza de su amo,
el esclavo se contiene, se reprime, se entrega, pretende (para sí mismo) que es
mejor rendirse, ser pacificado, poner la otra mejilla y luego la otra, a la que
sigue la inmediatamente posterior, que se pone antes de que se ponga la
siguiente, etc.
En este sentido, un resentimiento que
indujera al esclavo a levantarse y a superar al amo ya no pertenecería a la
moral esclava. De ahí que Zizek pregone que el resentimiento es un afecto mucho
más vincular e interesante que los celos o la envidia.
Celar o envidiar a la clase dominante
implica la triste impotencia de querer formar parte de la clase dominante,
cambiar de lugar, vivir la vida que se les ve vivir. Dejar de ser, a fin de
cuentas, un mero espectador de los sueños, de la gloria, del éxito, de los
otros.
El resentimiento, en cambio, sugiere una
furia hacia su posesión de recursos y hacia sus privilegios. Involucra, por lo
menos indirectamente, un real cuestionamiento de la legitimidad del orden
establecido, un cuestionamiento de su condición pretendidamente inapelable e
ineluctable, un cuestionamiento, en fin, de su historia.
El resentimiento no implica necesariamente
el deseo de cambiar de lugar, trocando su suerte, escalando, siendo otro, mejor
posicionado, que respeta el orden y levanta una cerca, que cuida su “buena
suerte” y encuentra, de pronto, súbitamente, un mundo acorde, a su conveniente y
bienintencionado corazón.
Ahora bien, si el resentimiento encalla
solo en una inacción quejosa es ciertamente la definición misma de una pasión
inútil. Pero el resentimiento no incluye la impotencia, su potencia radica en
su memoria. Si es un actor importante en la historia es debido a que no olvida,
a que mantiene cada una de sus heridas abiertas, las mantiene así, caldeadas,
hirviendo.
Lo interesante y lo problemático es la
tendencia que tiene el resentimiento en la actualidad para transmutar su
potencia de carga negativa (no moral, sino que vuelve a sí), rápidamente, en
pasiones tristes con carga positiva (no moral, sino que se orientan hacia
afuera), no sólo siendo asidero de pasiones como el odio, los celos, la
avaricia, la envidia, la vanidad, etc... todas ellas movidas al mismo tiempo
por una carga, más o menos grande o más o menos pequeña, de ira; sino que
además, estas pormenorizadas pasiones, particularísimas, tienen la función de
invisibilizar la legitimidad del resentimiento de clase, neutralizando su
potencia transformadora.
Las pasiones con carga positiva van al
encuentro del otro, salen afuera, tienen un reclamo territorial que está más
allá de sí. Ahora bien, lo importante es cómo se encaminan a ése encuentro, qué
clase de encuentro proponen, qué esperan de aquello y qué ocurre cuando el
encuentro acaba. El resentimiento es potente como momento previo al encuentro,
de preparación, anterior a la embestida, es potente como momento de revisión,
de regulación de lo dado, de inconveniencia frente al acontecer.
De manera que bien podemos decir respecto
del resentimiento lo que Nietzsche respecto de la invalidez del éxito: "Es
una blasfemia pretender que el éxito es mas valioso que la hermosa posibilidad
que inmediatamente antes de él existía todavía."
La comunicación del resentimiento es
fundamental para una política futura. Sin embargo, sólo nos es posible despejar
y clarificar el malestar frente a los demás, y para ello nos es preciso
impugnar el individualismo, y establecer cauces, vínculos de comunidad,
regiones que permitan la convivencia y la integración de lo que del
resentimiento quede, para que no sea canalizado hacia los discursos de odio, o
de victimización, o de acracia. Estos discursos, lejos de cualquier tipo de
neutralidad, son promovidos y diseminados por la clase dominante, para desunir,
disgregar y germinar entre la clase subordinada, desmontando así la naturaleza
de los conflictos, profundos y reales y de clase, al tiempo que impostando
otros conflictos, individualizados y fugaces y siempre reparables respetando la
lógica de la acumulación originaria.
Alojar al resentimiento, comprender su
vitalidad y su potencia, descubrir su esencia y sus falencias, nos alerta sobre
el persistente fracaso de lo político y por ende, nos alerta sobre su
pervivencia.
Por lo que, frente al resentimiento de
clase, vitalísimo y soberanamente irrespetuoso (pues no todo es respetable),
hemos de recordar, como Spinoza, que no hay poder instituido ni hay orden
establecido que no traiga en sí mismo como una infección siempre mal curada,
una hediondez prolongada, como una indicación de "Peligro" =
"Caute".
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