Acerca de la irreparable inmadurez.
Acerca de la irreparable inmadurez.
Encuentren sus moléculas, decía Deleuze, si
no las encuentran ni siquiera pueden leer. Leer es encontrar las propias
moléculas, las moléculas están por todas partes, en los libros y en la calle,
en la música y en el silencio. “Pensar conceptos como imaginando mundos” es la
propuesta deleuziana en las clases de en medio de Spinoza. Para Deleuze, crear
conceptos dotados tanto de una necesidad como de una extrañeza, es el arte de
la Filosofía, pero este acto de creación no pertenece al orden de la
comunicación, sino que emerge como un acto de resistencia o discordia, nace de
una disarmonía anterior, que precede a todo orden. Básicamente, filosofar es un
acto creativo que implica entrar al mundo buscando una salida, coordenadas para
una fuga, una puerta entreabierta, una piedra arrojada capaz de juntar una
ventana con un agujero.
El escape es anterior al Mundo, antes que
Manhattan o Beijing fue el desierto, el río, la noche; antes que McDonald’s fue
el hambre, la codicia, los huevos; antes que Gandhi fue la guerra, la sangre,
la ironía.
A Deleuze le preocupa que no nos
imaginemos una salida, que de pronto nos encontremos atrapados en el interior de
una máquina de guerra, que seamos infelices cobardemente o peor, que ni se nos
ocurran otras formas, modos de ser, diferentes a los Modos de Ser, habituales.
“Encuentren lo que les gusta… sigan, no
hay nada que hacer… nada es más triste en los jóvenes que envejecer sin haber
encontrado los libros que hubieran amado… Y generalmente no encontrar los
libros o no amar finalmente ninguno, da un temperamento… de golpe uno se hace
el sabio sobre todos los libros… es una cosa rara, nos volvemos amargos…
conocen la especie de amargura de ese intelectual que se venga contra los
autores por no haber sabido encontrar a aquellos que amaba… el aire de
superioridad que tiene a fuerza de ser tonto. Todo eso es muy enojoso. Es
preciso que, en última instancia, sólo tengan relación con lo que aman.”
Las clases de Deleuze son increíbles,
encuentra una manera de zambullirse en la filosofía y en el temperamento de los
autores que desarrolla y que elije trabajar, habla de ellos como desde dentro
de ellos, respetando o sabiendo expresar el clima o el humor de sus libros.
Me interesa Spinoza y Deleuze para pensar el
terreno de lo imposible, cómo configuramos algo como lo imposible sino a partir
de lo conocido y desde allí, qué lugar le cabe a la imaginación y a la praxis de
lo posible.
En "Lo irreparable", Agamben
comienza citando la cuestión 91 del suplemento de la Summa teológica, que lleva
por título De qualitate mundi post iudicium. En ella se interroga por la
condición de la naturaleza después del juicio universal: ¿Habrá una renovación
del universo? ¿Se interrumpirá el movimiento de los cuerpos celestes?
¿Aumentará el esplendor de los elementos? ¿Qué será de los animales y de las
plantas?
De acuerdo con Agamben, la dificultad
lógica a la que se enfrentan todas estas preguntas pasa por el hecho de que: si
el mundo sensible estaba ordenado hacia la dignidad y al habitar del hombre
imperfecto, ¿qué sentido podrá competerle cuando éste haya conquistado su
destinación supranatural? ¿Cómo podrá sobrevivir la naturaleza al cumplimiento
de su causa final?
A todas estas preguntas ofrece como única
respuesta el hedonismo del paseo walseriano por la 'buena y generosa tierra':
los 'campos admirables', 'la hierba rica de savia', 'el agua del gentil arroyo',
'el círculo divertido, adorno de alegres banderas', las muchachas, el negocio
del barbero, la habitación de la señora Wilke, todo sería así como es,
irreparablemente, pero justamente ésta sería su novedad.
Lo mismo que vale para el paseo en Walser,
vale para el caminante de Nietzsche, para el registro o retorno de la
naturaleza esparcida como cotidianidad silvestre en Thoreau, para el continuo
despiste de lo inmaduro en Gombrowicz.
La figura del caminante en Nietzsche es el
lugar de lo que está desatado, de lo que anda, se mueve, no hacia una meta
final, pues no la hay. Está desatado como quien se lanza a tener los ojos
abiertos y quiere observar 'todo lo que propiamente hablando ocurre en el
mundo'. Nace como un desprendimiento, el caminante deja su hogar y no puede
prender su corazón demasiado firmemente de nada en particular. En él mismo hay
algo de vagabundo que se reconoce y se desliza en el cambio y la
transitoriedad.
El caminante de Nietzsche camina en un
mundo abandonado de teleologías y teologías. Debido a que no camina en
dirección a una meta final, puede levantar la vista y mirar a su alrededor. El
paseo no persigue ningún fin, ahora bien, esta ausencia de telos y de theos
libera la vista del caminante. Aprende, entonces, a mirar, y ve 'todo lo que
propiamente hablando ocurre en el mundo'. Si bien pierde el horizonte, ésta
pérdida le abre nuevas visiones. Su propia mirada camina. Desconfía del mito
del origen y la profundidad.
La forma de existencia del caminante
nietzscheano, dice Byung Chul Han, no se parece a la del turista hipercultural,
quién se caracteriza justamente por un intenso deseo de apropiación de lo otro.
El "turista" desconoce lo "completamente otro" frente a lo
cual uno sentiría vergüenza o espanto; a su forma de andar le falta serenidad y
reduce lo otro a lo propio. Pero quién se apropia de lo otro se pierde, pues
arrastra consigo una transformación de lo que de entrada es suyo.
El mundo del caminante se encuentra
mezclado indefectiblemente con desiertos y abismos, éste es un precio
inevitable por aprender a mirar.
Nietzsche continúa diciendo:
"Por supuesto, tal hombre pasará
malas noches, en las que esté cansado y encuentre cerrada la puerta de la
ciudad que debía ofrecerle descanso; quizás además, como en Oriente, el
desierto llegue hasta la puerta, las fieras aúllen tan pronto más lejos como
más cerca, se levante un fuerte viento, los ladrones le roben sus acémilas.
Entonces la noche pavorosa desciende sobre él como un segundo desierto en el
desierto y su corazón se cansa de caminar."
De eso se trata lo irreparable, de acuerdo
con Agamben, es la confirmación de que las cosas son consignadas sin remedio en
su ser así, que ellas son sólo su así en el mundo; sin ningún reparo posible;
que, en su ser así, están ahora ya absolutamente sujetas, absolutamente
abandonadas. Lo irreparable se comprende en medio de una concepción del mundo
de un presente indeclinable. El mundo es, entonces, siempre ya y por los siglos
de los siglos, necesariamente contingente o contingentemente necesario.
Dice Agamben: "Aquí pierde su
verdad aquel antiguo dictum según el cual la naturaleza, si pudiese hablar, se
lamentaría. Los animales, las plantas, las cosas, todos los elementos y las
criaturas del mundo después del juicio, cumplida su tarea teológica, gozan ahora
de una caducidad por así decirlo incorruptible, sobre ellos está suspendido
algo así como un nimbo profano. Nada podría definir mejor el estatuto de la
singularidad que viene."
Gombrowicz propone la potencia de la
inmadurez como oposición, frente a la muerte como Forma. Podríamos decir que la
Forma en Gombrowicz es todo aquello que, proviniendo de fuera, del entorno, de
la cultura, de la educación, de la familia, de la ideología, etc., nos moldea
de una manera inequívoca y nos convierte en algo así como estatuas, pero sobre
todo, no sólo se nos impregna, nos traspasa, de alguna manera se introduce en
nosotros y consigue concretizarnos el alma. Para Gombrowicz la Forma está en principio
afuera, pero la cristalización de las formas, la formación que implica la
muerte del ser, ocurre tanto adentro como afuera, en nosotros y en los demás.
Para sobrevivir, esto es, para mantenerse al resguardo de la vida, es preciso
no concretarse, no alcanzar cabalmente ninguna meta, no concluir.
En otras palabras, mantenerse en un estado
de incompletud o inmadurez nos previene de caer en un lugar del que podríamos
decir: en donde nada crece.
De ahí la paradoja de que en un mundo que
exalta la individualidad y el carácter irrepetible de los individuos, se
configura a la postre un sujeto semiclónico de idénticos gustos, opiniones y
modos de vida.
La inmadurez en Gombrowicz adquiere el
estatuto de una resistencia ante la Forma, una no-resignación, una rebeldía,
una manera de no entregarse a un mundo en el que todos se parecen entre sí y a
todos parece faltarle algo. Hablo de que en un mundo
organizado para el confort, noto dos cosas: una profunda carencia de
imaginación y un hedonismo infértil, ambos llevan a un estado de inapetencia elemental, inminencia del
desamparo, errancia del deseo, satisfacción incómoda de una insatisfacción estéril.
Para aclarar, el hedonismo actual nada
tiene que ver con el hedonismo filosófico propuesto por Epicuro, podríamos
decir que la tesis inicial de Epicuro (en el siglo III) es equivalente a la de
Freud (en el siglo XX), para resumirla en pocas palabras: un hombre que no goza
fabrica la enfermedad que lo consume. Epicuro anticipó en su filosofía, una
fuga, un escape por medio de una falta. En la actualidad, en cambio, predomina
un hedonismo totalizante, que no sólo nos conmina a una profunda angustia
existencial, sin igual, sino que se alza como único terreno u horizonte de
posibilidad para ser, disponiendo que hemos de ser miserables para poder
disfrutar del confort.
En fin, mejor volvamos a Gombrowicz, a ver
si despejamos algún camino. De acuerdo con él, el supremo estadio de rebelión
contra la Forma lo encontraríamos en el estadio previo, de "Formación".
Son la infancia y la adolescencia los lugares donde germina la potencia de la
"inmadurez".
La propuesta de Gombrowicz adquiere una
potencia máxima debido a la fuerza con que establece el esquema de oposición (decir
que “No” es un punto de partida). Una figura como la inmadurez, considerada
habitualmente humillante, de la insuficiencia, es opuesta a todo lo que hay de
sólido y solemne en el proyecto de un Ideal.
Lo que hay de genial en la irreverencia de
Gombrowicz está en que ataca los puntos que sostienen la idealización, no ataca
al Ideal como constructo hecho y derecho, no es la Forma establecida su objeto,
es la "Formación". No interesa el Ideal en sí mismo, sino atentar
contra su elaboración. Incomoda porque opone todo lo que hay de ridículo,
defectuoso y enclenque, la insuficiencia o inmadurez, a todo lo que hay de fuerte,
sólido y firme, intensificado con la fuerza de los años, en la Forma.
Gombrowicz advierte, como tantos otros, la
potencia infinita de lo bajo, de lo débil, de lo inútil, de lo inmoral,
advierte que toda nuestra fecundidad está en la potencia para ser y no en la
pretendida culminación o realización de los hombres. Se trata, frente a la
mascarada de la importancia de sí, de esa labor autodefensiva de no ser
percibido nunca como dubitativo, irresoluto o vacilante, frente a la farsa de
lo invulnerable, de afirmar nuestra insuficiencia y nuestra perplejidad ante la
multiplicidad de la experiencia.
Ahora bien, podríamos nosotros también, imaginar
una paradoja en éste punto: Dado que la potencia de la inmadurez no se halla
meramente en sí misma, sino a partir del lugar que ocupa en la oposición frente
a la Forma: ¿Qué oposición habríamos de sostener cuando la Forma y Constitución
del Mundo y de los Hombres encuentre su lugar pleno en un Ideal de Inmadurez
tal que habilite algo como una Irrealización Plena, en donde todos los Débiles
y Marginados aparentemente encuentren su lugar para Ser? En otras palabras, si
nos fuera posible imaginar un mundo en el que la inmadurez ocupase el lugar de
la Forma, en esas condiciones, ¿tendríamos que formarnos para resistir?
La paradoja es falsa, hay que advertirlo, la
inmadurez es ontológicamente opuesta al Ideal, es en sí misma inconstituible y
por eso, una amenaza permanente de destitución de lo que se considera
constituido. Por otra parte, no hay manera de erradicarla, no se la puede
atacar directamente. La inmadurez no soporta el peso de la Forma, ésta le hace
un agujero en la espalda y sigue, como una piedra lanzada contra una manga de
agua. La inmadurez es primitiva, anterior a la Idea de Inmadurez, como una
naciente en medio del frío que sin embargo no alcanza a helarse, toda su fuerza
remite a otra fuerza, proviene de otro sitio; como estado en tránsito, no la
podemos concretar ni definir, su potencia es incomparable porque no tiene par; su
potencia está en camino, podríamos decir, en curso.
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