Descuide, sólo es ficción.
Descuide,
sólo es ficción.
“Pero resulta (¡qué
horror!), que el trabajador se ha vuelto peligroso. Abundan los individuos
peligrosos, y detrás de ellos aparece el peligro de los peligros: el
individuum.”
Friedrich Nietzsche en
“Aurora”, de 1881.
Stanislaw
Lem decía que Philip K. Dick es inagotable debido a que dibujó futuros en los
que los dilemas más oscuros y abstractos de la filosofía académica bajan a las
calles y al día a día, mundano y corriente, de nuestras creencias y quehaceres,
tales como la objetividad y la subjetividad y la relación entre ambas, o lo
real y sus planos más lo irreal y sus enigmas y por sobre todo, muestra cómo,
esclarecer estos dilemas, resulta central para la supervivencia de sus
personajes. Al poner estos dilemas en la calle, Dick proporciona un nuevo color
a viejos temas filosóficos y teológicos que le permiten ir más lejos y criticar
la cultura de su tiempo.
La
relación entre la construcción de identidad y los dispositivos de vigilancia en
muchas novelas de Dick está mediada por la forma en cómo se define el perfil de
aquellas personas que son consideradas un riesgo o una amenaza para el orden y
la seguridad de la sociedad. Si bien es cierto que en este perfil pueden
incluirse individuos que han cometido algún tipo de crimen, delito o acto
terrorista, establecido así por el orden legal de la sociedad que el autor
imagina, lo cierto es que, por norma general, los personajes se ven obligados a
revelar ante la autoridad, constantemente, quiénes son; y si no lo hacen de una
forma satisfactoria, son considerados, en consecuencia, como amenazas a la
sociedad. Estos vínculos entre vigilancia e identidad se pueden encontrar en
“¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, una novela en la que los
protagonistas se enfrentan constantemente al desafío de confirmar su humanidad
ante autoridades gubernamentales o directivas empresariales (tal y como cuando
nos disponemos a identificar semáforos o sendas peatonales en fotografías
frente a una pantalla para recordar lo que somos). Mientras que en “Fluyan mis
lágrimas, dijo el policía”, los personajes tienen que corroborar ante un amplio
espectro de policías, públicas y privadas, su identidad e incluso sus distintas
identidades; como trabajador o desempleado; ciudadano de primera o segunda o
tercera categoría; extranjero menesteroso o acomodado (gentes que usan sombrero
de copa y camisas limpias, culpables de educación y sospechosos de cuenta
bancaria); religioso devoto o inconstante; ateo militante o incrédulo
nihilista; consumidor de lo que sea; adolescente chico, maduro o grande; padre
o madre; hijo/a/e; entre otras tantas que puede poseer una persona.
Finalmente,
en “Una Mirada en la Oscuridad”, los protagonistas son sometidos a intensos
procesos de identificación con el fin de mostrar en qué medida y cuándo han
cometido algún tipo de crimen o acto ilegal.
Podríamos
decir que, en cada una de estas novelas, siempre se les exige a los personajes
que se identifiquen, que se definan, que se controlen; es preciso saber quiénes
son, qué tienen y qué pueden dar, dónde están y cómo encontrarlos; básicamente,
se les exige perder peligro, no ser aventurados ni amenazantes, convertirse, de
ser posible, en electrodomésticos o en vacas hindúes o en guardias suizos o
galeses.
En
cada una de estas novelas, sin embargo, la vigilancia puede evitarse y
sabotearse, más aún, a veces la propia vigilancia genera tanta información que
termina por volverse inútil para establecer la identidad de las personas y el
perfil de su comportamiento.
En
“¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, Dick describe a la tierra como
un planeta que ha sido devastado por el uso de armas biológicas y radioactivas
en lo que se llamó la “Guerra Mundial Terminal”. La contaminación radioactiva
abarca buena parte de la Tierra y las ciudades prácticamente resultan los
únicos espacios seguros para habitar.
La
contaminación ha afectado también a los seres humanos. Quienes aún se
encuentran sanos migran a Marte, mientras que aquellos con mutaciones se ven
condenados a quedarse en la Tierra. La vigilancia de las autoridades está
orientada a evitar que los humanos que han mutado logren salir del planeta. Sin
embargo, hay un peligro mayor: que ingresen a la tierra los androides orgánicos
que funcionan como esclavos en Marte.
Uno
de los dispositivos de vigilancia que garantizan una Tierra libre de androides,
es el test de Voigt-Kampff. Éste relaciona una serie de respuestas a ciertas
preguntas con las reacciones faciales del entrevistado, particularmente la
dilatación capilar de su área facial. Con esto es posible detectar la vergüenza
o el rubor ante un estímulo que sacude la moral. Los androides responden a los
cuestionamientos morales, pero no se ruborizan ni se abochornan ni se sofocan.
Esta es la manera en cómo se distingue quién o es un humano. Por ejemplo, según
el test de Voigt-Kampff, los humanos responden con una desaprobación verbal y
expresiones faciales de disgusto cuando se les pide su opinión sobre una escena
en la que un niño es golpeado, de forma salvaje o temible, para que obedezca, o
cuando un anciano es despojado súbitamente de sus medicinas, o cuando un
enfermo o un hambriento o un trabajador indigente cualquiera, agotado y dócil,
es humillado públicamente.
El
entrevistado, al identificarse automáticamente con el niño o el anciano o el
indigente, proyecta un comportamiento empático que no está sujeto al control
del entrevistado, dado que la indignación “no se controla voluntariamente como
la respiración”.
Los
androides orgánicos desaprueban el maltrato, pero en sus rostros no se ve
reflejada emoción ninguna. El test es la clave para identificar a los
androides, debido a ello, los encargados de cazarlos llevan consigo, todo el
tiempo, un maletín con los instrumentos para aplicarlo.
En
“Fluyan mis lágrimas, dijo el policía”, el riesgo no está en la salida no
autorizada de humanos de la tierra o en el ingreso a ésta de androides
orgánicos, sino en las actividades consideradas ilegales por un régimen
político de carácter policial. Se desalientan y se impiden las actividades
consideradas ilegales a través de un despliegue infinitesimal de dispositivos
de control y vigilancia sobre los movimientos de la población.
Dick
dibuja una sociedad en la que los edificios, calles, locales comerciales y
parques, las propias casas y habitaciones y espacios “comunes” de las personas,
cuentan con retenes que funcionan como puntos de inspección. Las ciudades están
plagadas de puntos de detención, destinados a identificar a las personas. La
cantidad de retenes que un individuo debe superar, en su recorrido usual por la
ciudad, en el transcurso de su actividad cotidiana, puede llegar a treinta y
dos. En cada retén, los ciudadanos deben identificarse a través de una carta de
identidad que contiene sus datos personales, algunas de ellas tienen
microtransmisores que pueden ser rastreados, verificados en tiempo real, o
mejor dicho, inmediatamente, en los archivos correspondientes, en las oficinas
de la policía o en la guardia nacional.
Si
una persona no se identifica satisfactoriamente en un punto de control, corre
el riesgo de ser ejecutada inmediatamente, o ser enviada a campos de trabajo
forzado, bajo el argumento de que son “no-personas”, “hombres invisibles” o
“legalmente invisibles”.
Por
ello, algunos ciudadanos, ante el temor de extraviar u olvidar sus cartas de
identidad nacional, se tatúan su número de identidad.
Sin
embargo, esto no es suficiente, en la sociedad que dibuja Dick, se precisan
otro tipo de cartas para realizar las más variadas actividades, como caminar a
ciertas horas y por ciertos espacios de la ciudad, conducir automóviles o andar
en bicicleta, consumir legalmente drogas o tener hijos y un trabajo
oficialmente tolerado.
Por
otra parte, las cartas tienen fecha de caducidad, pueden durar horas, días,
meses o años, por lo que se exige su renovación constante, a través de una
burocracia, pública o privada, engorrosa e ineficiente (para aliviar la carga
del individuo) y a un precio cada vez más alto.
Además,
la policía tiene la autoridad de inyectar, a los sospechosos de cometer algún
tipo de delito, bastante poco esclarecido, microtransmisores subcutáneos o
electroencefalogramas, que envían información continua e inmediatamente a la
central de la policía.
Esta
información se cruza con la otra información, que la policía, pública o
privada, obtiene de sus cámaras de vigilancia, instaladas por doquier en toda
la ciudad, capaces de recoger y procesar, una a una, inmediatamente, imágenes
en tres dimensiones.
Es,
sin embargo, en “Una Mirada en la Oscuridad”, donde Dick logra vincular con más
precisión los procesos de identificación y de vigilancia. En esta novela,
describe una sociedad en la que la droga Sustancia D8 se ha esparcido a lo
ancho y largo de los Estados Unidos, y sus efectos son devastadores en la
población. La sustancia, que genera una adicción obsesiva e incontrolable,
inhabilita al “usuario” a realizar casi cualquier actividad o “procesamiento de
datos”, desde los más banales hasta los más significativos. Los períodos de
recuperación o sanación son lentos e inusuales, las secuelas afectan de por
vida al sistema nervioso, que no vuelve nunca a ser “él mismo”. El problema es
aún más agudo debido a que la policía desconoce cuál es la fuente biológica,
química y territorial de donde se obtiene dicha sustancia. Por lo que
despliegan un amplio espectro de dispositivos de vigilancia en el territorio
nacional. Entre estos, se destacan los holoescáneres (especie de cámaras
vigilancia) que monitorean la actividad de las personas de manera sistemática y
permanente. Las escenas y diálogos que capturan estos escáneres son
reproducidos inmediatamente en tercera dimensión por medio de proyectores
holográficos.
Sin
embargo, la tecnología más novedosa, descrita en la novela, es el scramblesuit
o traje codificado. Se trata de un aditamento que, como un pijama, cubre el
cuerpo del “usuario”, transformando automáticamente, en función de cálculos
algorítmicos que generan un número incontable de combinaciones, su identidad
física (estatura, complexión, color de piel, rostro, nariz, boca, color de
ojos, etc.) y su atuendo (pantalón, camisa, corbata, sombrero, zapatos y
calzoncillos), que pueden repetirse sólo después de un ciclo de alrededor de
catorce años. Este traje pretende resguardar la identidad de los agentes de
narcóticos cuando realizan su trabajo; además, lleva un dispositivo electrónico
que permite la comunicación permanente con la central de policía, por medio de
la que, también los agentes son monitoreados.
Con
el traje, los agentes reciben información en “burbujas” (especie de pequeñas
pantallas) sobre los “usuarios” a los que investigan.
Estos
dispositivos hacen ver a la intervención telefónica y a la implementación de
micrófonos en la ropa o en los aparatos radiofónicos (que por su puesto también
aparecen en la novela) como dispositivos de vigilancia arcaicos y obsoletos.
La
vigilancia en estas tres novelas está orientada a la definición y a la
localización exacta de las personas que se consideran un riesgo o una amenaza
para el orden social. Su operatividad sobre las personas es sistémica e
incansable, logrando un estado de seguridad o control de los ciudadanos, a
través de procesos de exclusión, estigmatización social y, en muchos casos, la
detención y la muerte de los personajes.
La
vigilancia es descrita, así, como un instrumento que se mueve a partir de
principios indistinguibles. Logrando instalar algo como un estado de
ingobernabilidad e incertidumbre, por siempre punibles, por medio de la
intensificación de la gobernabilidad y del poder.
Los
dispositivos de vigilancia se convierten en herramientas que minan la
integridad de las personas y las vuelven vulnerables del control total y
político, al tiempo que devienen indispensables para la supervivencia y la
constitución de identidad de las personas, que las estiman: inestimables.
Sin
embargo, eso no significa que los protagonistas no puedan desarrollar
mecanismos de resistencia u oposición, valiéndose, para ello, de los propios
dispositivos de vigilancia, en un sentido opuesto al establecido por las
autoridades gubernamentales o al poder de las corporaciones privadas. De esta
manera, los personajes consiguen esquivar o reorientar, de alguna manera, la
vigilancia, en un sentido claramente incivilizado y hostil, que les permite
resguardar su intimidad o rehuir de su identificación permanente y del control
de sus datos.
Por
ejemplo, en “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, los protagonistas,
no importa si son o no son androides orgánicos, deslegitiman en distintos
momentos el uso del test Voigt-Kampff, insistiendo en que los policías se
apliquen el test a sí mismos primero.
En
“Fluyan mis lágrimas, dijo el policía”, pese a que los personajes de la novela
afirman que “una vez que las autoridades se fijan en uno, jamás lo olvidan del
todo”, al pasar el tiempo, a decir de los propios protagonistas, “el aparato
policial se convirtió en algo demasiado complicado como para amenazar a nadie”.
Esto se debió a la aparición de un mercado ilegal de cartas de identidad,
muchas veces alimentado por la propia policía, que hizo imposible distinguir
entre identificaciones auténticas y falsas; y también a la cantidad de
información producida por una vigilancia cada vez más compleja, orientada a
detectar las identificaciones falsas, que acabó por volver inoperante el
proceso de identificación de cualquier individuo.
A
pesar de que el desgaste de la vigilancia como medio de identificación y
control social no implique necesariamente su abandono o su uso legítimo, esto
es, en favor del cuidado de la integridad de los “usuarios”, sí genera la
sensación de que la realidad se vuelve algo evanescente e inasequible, llegando
a socavar la propia identidad de los propios vigilantes.
Esto
se plantea de alguna manera en “Una Mirada en la Oscuridad”. En un momento, los
propios policías saben que ellos también están bajo vigilancia y se sienten
amenazados a un punto tal que ni ellos mismos saben quiénes son en realidad.
Como
afirma el protagonista de la novela: “Si el escáner sólo ve oscuramente, como
yo, estamos condenados, condenados otra vez, como siempre, y terminaremos
igual, sabiendo muy poco y entendiendo mal lo poco que sabemos porque en estos
días ni yo soy capaz de ver claramente, porque en estos días ni yo soy capaz de
ver dentro de mí. Sólo veo tinieblas. Tinieblas fuera; tinieblas dentro.
Espero, por el bien de todos, que los escáneres lo hagan mejor”.
Aquí,
la vigilancia es considerada por sus propios operarios como una herramienta
deshumanizante, que los despersonaliza a ellos mismos. Los holoescáneres se
convierten en objetos con atribuciones mágicas que nadie controla totalmente, o
su control escapa de toda intención, porque todos los usan de alguna manera, no
son ya algo humano, son, más bien, “algo muerto que puede ver”, dice uno de los
personajes: “aunque no sean capaces de comprender: son nuestra cámara”.
Se
inaugura así un estado paranoico de vigilantes vigilados como francotiradores
anónimos que, en medio de la confusión y el desconcierto general, se ven
destinados a reidentificarse continuamente, una y otra vez, por medio de una
distribución de juegos con un entramado de reglas que configuran una especie de
panóptico gigantesco que observa el desempeño de todos y cada uno de los
participantes, desde un extremo del interior microscópico de sí mismos, que no
acaba de asimilarse ni comprenderse del todo efectivamente, nunca. La
compulsión acelerada con la que cada uno se compromete en la vigilancia
ostensiva de cada otro hace parecer que el patrón de su conducta, que genera la
ilusión de igualar sus posiciones, es inmaterial o imperceptible, y que no hay,
en realidad, ninguna cabeza que cortar; pero, como se verá, bajo esta lógica,
ninguna mano, ni con guantes convenientemente “invisibles”, puede permanecer en
secreto por mucho tiempo.
En
otro par de novelas de Philip K. Dick, la vigilancia de la población, por parte
de los aparatos gubernamentales y de las corporaciones empresariales, busca
perpetuar la dominación a partir de la utilización de tecnologías capaces de
delimitar qué sienten las personas, con el fin de responder a sus necesidades
emocionales. No hay un grupo particular sobre el que se cierne la vigilancia,
se dirige al conjunto entero de la población. En “Nuestros amigos de Frolik 8”,
Dick describe un mundo que se encuentra gobernado por humanos mutantes, los
“inusuales”, que poseen una inteligencia superior y la capacidad de leer y, por
tanto vigilar, la mente del resto de las personas, menos hábiles (llamadas
según sus capacidades, “sub-hombres”, “hombres antiguos”, “nuevos hombres”,
etc.). Se sirven de distintos dispositivos, como “el gran oído”, que monitorea
a gran escala y al mismo tiempo el pensamiento de todos los hombres de los
grupos dominados. La vigilancia, no sólo busca proteger el orden, evitando
cualquier acto de rebelión, sino que también se orienta a satisfacer los
distintos deseos (impostados) en las personas y, por supuesto, modificarlos
continuamente, de acuerdo a las necesidades y/o intereses corporativos. De
manera que los deseos y aspiraciones de las personas no se suprimen en
principio, se gestionan a favor del gobierno de los “inusuales”. Ahora bien,
cuando los dispositivos de vigilancia localizan a los opositores al régimen,
estos son enviados a centros de reeducación en la Luna, y si vuelven a reincidir,
son remitidos a campos de exterminio.
En
“Los clanes de la luna Alfana”, Dick describe la “foto potencial Afgom”, ésta
genera una imagen no de lo que están haciendo las personas, sino de lo que
harán durante la siguiente media hora.
En
“Simulacra”, desarrolla un futuro donde los Estados Unidos y Europa forman un
solo país: los Estados Unidos de Europa y América (EUEA), nación gobernada por
un presidente androide. Los ciudadanos ignoran esto y cada tanto eligen,
“democráticamente”, un nuevo presidente, que es otro androide. No hay una
competencia de partidos debido a que el Partido Republicano y el Demócrata se
fusionaron en el Partido Demócrata-Republicano. Si bien el presidente es
sustituido periódicamente, la primera dama (Nicole Thibodeaux), permanece
siempre en su puesto. Ella es la cara visible de un consejo formado por líderes
de corporaciones, los que realmente controlan el país. A través de las
elecciones, Nicole Thibodeaux y su consejo, sondean los sentimientos y
necesidades de la población, programando así al siguiente androide-presidente.
El gobierno cuenta, además, con el dispositivo de Von Lessinger, una máquina
del tiempo que sirve para vigilar e intervenir en el pasado. De manera que la
vigilancia de la sociedad se despliega en el presente y también en el pasado.
En “Nuestros amigos de Frolik 8”, la resistencia adquiere el rostro de una
revolución organizada, a través de un grupo que difunde propaganda
antigubernamental, los llamados “Dionisos de las alcantarillas”. El jefe de la
revolución, Thors Provoni, es apoyado por Morgo Rahn Wilc, un ser del planeta
Frolik 8, que tiene la capacidad de sondear la mente de todos los habitantes de
la tierra al mismo tiempo. Esto permite a los revolucionarios influir en el
pensamiento de las personas contra la dominación de los “inusuales”. Gracias a
las habilidades de Morgo Rahn Wilc, Thors Provoni interviene las transmisiones
de la televisión, controlada en su totalidad por las corporaciones del
gobierno, y los circuitos privados de comunicación de la policía, para enviar
mensajes subversivos a la población. Sin embargo, los revolucionarios y su
líder no logran minar la lógica de dominación basada en la gestión de los
deseos del gobierno, por lo que Morgo Rahn Wilc decide extirpar la capacidad
que tienen los “inusuales” de vigilar la mente. Así, la novela sugiere que,
paradójicamente, la libertad de los pobladores de la Tierra quedaría
garantizada por un ser que tiene las mismas capacidades de vigilancia, o quizás
mayores, que el gobierno de los “inusuales” que ayudó a destruir.
Esta
idea de que la libertad no significa necesariamente el fin de la vigilancia se
cristaliza también en “Simulacra”. Dick narra que aquellos que migran a Marte
huyendo de la dominación de Nicole Thibodeaux y su consejo, adquieren de
inmediato una “Familia Vecina” o “Famvec”, un simulador que se comporta como un
“buen vecino”, pero que en realidad funciona como un sistema de vigilancia de
sus deseos. Estas familias de androides tienen la función de monitorear los
sentimientos de las familias humanas, recogiendo sus esperanzas ocultas, sus
sueños y temores, convirtiéndose en algo así como dispositivos terapéuticos,
indispensables para perpetuar la dominación garantizando la cordura de los
dominados.
De
acuerdo con Dick, al parecer, la vigilancia puede tener un efecto benéfico, o
por lo menos interesante, en la medida en que permita a los seres humanos
conocer algo de sí mismos cuando se rebelan, buscando un estado de cosas
diferente, en el que, por lo menos, su humanidad no esté en peligro.
Por
ejemplo, en el caso de esta última novela, la única forma de escapar de la
vigilancia de los Estados Unidos de Europa y América es huyendo a Marte.
Aquellos que se quedan en la Tierra lo hacen sólo para demostrarles a los
demás, o poner en evidencia, que el presidente del país es un androide.
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