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Mostrando entradas de diciembre, 2022

La historia, en un principio...

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Cuentan los antiguos andrófagos, que Filis, la única hija de Licurgo, rey de Tracia, consagró un ataúd a la diosa Rea, madre de todos los dioses, y luego lo obsequió a su prometido, Demofonte, quien había partido rumbo a Eleusis en busca del conocimiento doble semejante de la anatomía percificia, pidiéndole que sólo lo abriera cuando perdiera toda esperanza de regresar a casa. Se creía que la diosa, para vengarse del rey ateniense por abandonar Tracia sin prometer que regresaría, había pintado una maldición en el interior del ataúd. Filis esperaba a Demofonte y esperaba del mar barcos, peces y olas; del cielo nada más que auxilio o viento, la lluvia y el arco iris, aliento; de la tierra no más que no verse siempre inconfundiblemente sola. Y en este mundo, que es toda jaula, afinaba un instrumento peligroso. Esperaba a Demofonte y le hablaba a su suerte, pero hablar cansa y es indecible lo que es, cansa el cansancio de decir lo que se dice y decirse, de las palabras se retira el ser. El...

Miro

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No siempre o sí, quizá siempre, pero no, no siempre, por infinitas minusvalías que nos confunden o nos enseñan a olvidarnos y que son tan asombrosamente insignificantes como demoledoras, no siempre se encuentra uno con la posibilidad de sentarse o pararse o caminar o recostarse o en fin, detenerse en el tiempo a mirar vivir; ocupando por una recóndita y accidental oportunidad el único lugar que le ha tocado para sí, para mirar, y del que no puede desprenderse ni despedirse ni disociarse. ¿Lugar impropio?  Es posible. ¿Pero cómo? Es posible. Basta con éso. Es posible vivir con nada propio dentro de sí. Aún así se vive y se mira. Aún así la mirada ejerce, obstinada, una distancia, y dimana una luz que no es luz ni es objeto, más bien un recorrido o una manera de posarse o sostener el mundo sin impregnarlo, sin hacerle una herida. Me interesa la distancia, mirar es éso, sostener la distancia en el tiempo. Imbuirse adentro de dónde uno no se conoce, dejarse envolver sin dejarse tocar, ...

No quiero hablar del día

No quiero hablar del día de hoy; no estoy en condiciones de querer hablar de nada; no estoy seguro de estar más acá o más allá de algo; no quedan puntos finales ni despedidas de nadie; ni quedan rastros de su anterior desierto; ni es posible pensar un anterior de lo que queda; ando poco importante, ando poco hábil, y muy inevitable; ando muy lento, muy delante, muy lejos, muy sobretodo tonto, impropio e incluso...
El día era largo, la noche era tenue, el rostro era difícil de olvidar. Un agujero en el tiempo fue súbitamente invadido por cualquier cosa. Sólo se fabrican objetos para dejar. Lo normal está por nacer. Lo terrible del abismo es que no existe. Escribir es hacer decir a la palabra lo que la palabra no es y el corazón no tiene a quién cantarle. 

Todas las cosas sean blancas, así sea, amén.

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  Recién habíamos terminado de cenar, en casa de sus padres, y Nancy ya empezó a hacerme señas para irnos, como siempre hacía. Solíamos comer con sus padres cada miércoles a las ocho y media, ni ella ni yo estábamos contentos con éso, pero lo tolerábamos a fuerza de voluntad, como se soportan casi todas las cosas. Al volver, Nancy se acomodaba en el sillón del patio trasero, con un libro abierto en su regazo, que no leía, porque simplemente se ocupaba de mirar el cerco. Yo me servía alguna bebida, generalmente vino, pero hacía mucho esa noche, y me serví una cerveza. Hace mucho calor, dijo Nancy, no corre un miserable viento. Era cierto, el viento parecía cruzarse muy por encima nuestro, sacudía las copas de los árboles pero no bajaba hasta nosotros. ¿Era algo extraño? No sé. Hace meses que no teníamos noticias del viento, ningún rastro, sólo pasaba alto y lo veíamos pasar. El cielo se cruza y no se deja saber. Sería lindo que llueva, dijo Nancy. Era cierto, un poco de lluvia nos v...

El monedero

El deforme conejo, cosidas sus entrañas, me estaba volviendo loco. No podía librarme de él. Me estaba siguiendo, a donde vaya, él venía conmigo. Maldita fortuna que me hizo preso de un conejo cosido. Se ha instalado de a poco en la casa. Anda libremente por ella. El día en que velamos a mamá, en el patio de atrás, que da al monte; me di cuenta de que la repulsiva alimaña era lo más atroz que podía asomar en mi vida. Peor que toda la vergüenza reunidas en el rostro de mamá. Miguel y yo habíamos enterrado a mamá en el patio trasero. Porque no teníamos un peso para pagar un lugarcito en el cementerio. Dijimos al cura que mamá era chiquita y no necesitaba mucho espacio, le ofrecimos trozarla y guardarla en una maleta, con tal que pueda reposar en un lugar santo. Miguel siempre dijo que las personas deben descansar cerca de sus antepasados, y que yo voy a tener que morir al lado de mamá ahora, porque papá no sabemos en dónde está. Tampoco nos alcanzaba para practicarle una reza bien hecha. ...

La tormenta perfecta

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Moreno sabía que cuando terminara de escribir iba a morir. Cuando todavía era muy joven ya pudo saborear el señuelo, ahora sólo traía el anzuelo destrozándole la boca. Ahora sólo sorbía su sangre pacientemente. Esperaba. Dilataba el final. Se reía luego, tontamente. Sentado en la esquina de un escritorio viejo, escondido bajo una frazada de polvo desde  1984 . Escribió hace mucho tiempo con un cuchillo una cita de Dumas sobre aquella mesa. La observaba y reía de nuevo, ensimismado. “La vida es un rosario de pequeñas miserias que el filósofo desgrana riendo” Athos. No, la vida es otra cosa. La vida es el cebo. ¿La muerte? La muerte es la caña. Pensaba entonces en la posibilidad de un pescador que sostuviera esa caña. Reía de nuevo. La lluvia no cesaba de caer, señal de que estaba viva. El viento hacía aplaudir a las persianas destartaladas. La casa era un sonajero. El agua entraba por los orificios de la puerta, misteriosamente el techo tenía bien puestos los parches. Si ponías aten...

Nihil

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  Hay cosas que pueden saberse, hasta que llega el momento de saberse, y entonces no se saben. Esas cosas preparan la llegada de otras cosas. Todas las cosas pueden suponerse entonces, y ninguna, necesariamente, saberse. Pues, como preparan el lugar para la llegada de otras cosas que vienen, a su vez, preparando sus propias formas que, internamente, cómo es sabido, deben preparar la llegada de sus componentes, dado que éstos, ansiosos de llegar, vienen preparándose todo el camino; se sabe, por el momento, que lo único que se hace es prepararse para saber y repetir el ejercicio mientras se espera.    

Un caso de pedagogía

 UN CASO DE PEDAGOGÍA     Entre los antiguos celeizades, que sobrevivieron a la tercera invasión de Naram-Sin en el año  2188  a.C., a los constantes ataques de los pueblos del norte, a los intermimables años de sequía, y a sí mismos; había un pueblo de antropoteistas que llevaba a cabo un castigo ejemplar para quienes cometían crímenes contra la verdad. Los identificaban mediante un proceso de veridiccion visceral. Éste consistía en someter al acusado a unas prácticas específicas, sólo conocidas por el ablandador, que nunca jamás hablaba de ellas con nadie, porque lo tenía prohibido; las mismas eran narradas en numerosos cantos locales, recitadas por juglares famosos y homenajeadas por los pobladores que se entregaban con facilidad y descenfreno a los encantos de su segundo arte, el de la imaginación. Cuando había un proceso, el común de la gente dejaba sus labores diarias, cerrando fabricas, hospitales, escuelas, oficinas de correos, y el servicio de transport...

El espejo enterrado

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Cuando era muy chico, me miré una vez, por error, en un espejo. Vi ahí, crecer algo, algo que no tenían los demás en sus bocas, en la mía. Éso, lo que había adentro mío y en nadie más, salió de mi boca, se estiró, como desperesándose y entró en el espejo, como se entra en un charco. Lo seguí, de un salto, no sé si sé o si no sé porqué. Como pidiendo permiso, entré ahí, como en un frasco. Después de éso, mis padres me buscaron en toda la casa y no me encontraron. Llamaron a mis familiares y a la policía y no me encontraron. Mucha gente entró en la casa y mucha gente salió de la casa y no me encontraron. Hasta que un día, por error, alguien, miró en el espejo. La gente se fue. Mis padres también se fueron. Un día volvieron, cavaron un pozo en el patio de atrás, pusieron el espejo en el medio, me dijeron que espere ahí, adentro, hasta que ellos me avisen, después taparon el pozo. Creo que el tiempo se detuvo.  

El cuento de Sibila

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Días atrás me dijo Sibila que entre los últimos androfagos había una mujer insomne, que pasaba sus noches matando a todos los hombres que encontraba. Los hombres soñaban con ella sin saber que era ella. Conocían la voz, la habian escuchado, como un susurro ligero, robado de algún secreto indecible, de esas cosas que existen y que el hombre no quiere confesarse ni siquiera a sí mismo. Debían, por falta de memoria, inventarle un rostro.  Ella se disfrazaba en el deseo de cada cual y entraba en la noche como se entra en una habitación. Se sentaba delante de ellos y tejia algo con forma de poncho. Les contaba todos los cuentos que conocía, para que no despierten. Luego les hacía un tajo en un costado, con su aguja de tejer, y los veía desangrarse mientras dormían. Jamás notaban el pinchazo. Se creía que no sentían dolor. Algunos dicen que la herida era primero y los cuentos venían después. La mujer se quedaba junto a ellos hasta el final, esperando, el momento en que, por un reflejo in...

El amigo del muerto

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  Bajo un sol hambreado, la nostalgia de algo, rodeaba nada, y el desplazamiento, imperceptible a otros ojos que los míos, descubría una suerte monstruosa aullando; acaso una forma de hombre, sometida a una conciencia delirante, empañaba el fondo inacabable y amarillo. No hay, además, ninguna proyección de sombra, más que la de grandes dunas superpuestas. El débil aliento de la tarde sube mientras el escandaloso brillo del sol blande esas púas asquerosas. Debí haber sido yo, claro que sí, lo sé. Pero no haré penitencias. La memoria no es tan dura, no es tan fuerte ni tan imposible como se cree. La gente se empeña románticamente en volver. La gente proyecta, y sueña con grandes caminos, con millares de encuentros todos distintos, con pobladas ausencias y accesos a fatalidades grandiosas. La gente enfila, soñando, grandes pasajes de vida mentida.   -          Salgamos Clay -          ¿Salir...

No hay silencio

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Hoy de nuevo, dos horas esperando a que se conecten y nada. La TPXzU estaba funcionando bien, a pesar de que la compramos el año pasado. ¿Todavía tienen esa porquería vieja? había preguntado Carla la última vez, podía ser muy imbécil. Sí pero cambiamos el Flex 2732  por un  2733 , le respondió Miguel. Podíamos cambiar cada año ésa mierda y el aparato seguiría siendo una mierda con dos calcomanías nuevas. Quizás la podamos vender el año entrante, faltan  314  días. No recuerdo desde cuando estamos acá, esperando, esperando para hablar, esperando tener suerte, esperando otra vez, seguir, y que no nos llamen, esperando que sean, otra vez, otros. La vida es más larga cada vez, dice Miguel, todos los días son iguales pero algunos días son más iguales que otros. Antes no teníamos que esperar a que se conecten, ahora, con todos estos zapallos eléctricos de la emancipación, encontramos la manera de hacer toda la libertad, todavía más libre.   - Ahí parece que alguien se...

Mi hermanito

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Cuando éramos chicos, mi hermanito y yo éramos muy unidos. Jugábamos al veo veo, a adivina que sueño que no sueño, al que miente y no desmiente. Una vez, cuando tenía cinco años, mi hermanito corrió más rápido que nunca, perseguido por la fiebre, hasta que se metió bajo mi cama. Debido a mi trabajo, a la crisis de deflación y a dos divorcios, tuve que mudarme cuatro veces. No me quejo, estoy acostumbrado a ir de un lugar a otro, no sé porqué, pero no me imagino viviendo toda mi vida en un sólo lugar. Además, nunca estoy sólo, el está ahí todavía. Patea el piso dos veces cuando tiene sed, tres veces cuando tiene hambre.